Hay una extraña esterilidad en un cuerpo que no se roza con otros

Antonio Muñoz Molina

Un número primo es un número natural que únicamente tiene dos divisores: él mismo y el uno. Su estudio es parte importante de la Teoría de Números.

La primera prueba indiscutible de su conocimiento se remonta a alrededor del año 300 a.C. y se encuentra en los Elementos de Euclides (Tomos VII a IX), donde el matemático demuestra que forman un conjunto infinito.

La distribución de los números primos en la secuencia de la totalidad de los naturales es un misterio, pero si está comprobado que la distancia entre dos primos consecutivos puede llegar a ser tan grande como se quiera.

En 1859 el matemático Bernhard Riemann enunció la hipótesis que lleva su nombre y por la que se podría predecir la distribución exacta de los infinitos números primos. Una hipótesis que casi doscientos años después sigue siendo una conjetura. Su demostración pondría en jaque el comercio electrónico y el cifrado de mensajes en la red, al estar sujetos éstos al desconocimiento de la situación de los grandes números primos.

Estos números los podemos encontrar siempre comprendidos entre otras dos cantidades naturales, pero la gran distancia que los separa hace de ellos una colección de números aislados en un espacio silencioso y rítmico hecho de cifras.

Son números solitarios, sospechosos de querer ser como los demás, normales y corrientes. Sobre ellos se cierne una triste sensación: el destino de los números primos es quedarse solos.

Pero entre todos ellos hay algunos más especiales, son los llamados primos gemelos. Elementos cuyo destino es peor que el de todo el resto: permanecer muy próximos a otro semejante, ser casi sucesivos, sin embargo entre ellos se alza un número par que les impedirá ir unidos realmente.

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